“Es el puto amo, el puto jefe”. Así de rotundo se mostró Pep Guardiola en la previa de la ida de la Champions, horas antes del escaso espectáculo futbolístico ofrecido por el Madrid y el Barça el pasado miércoles.
A la vista del resultado y de la errónea gestión de la comunicación, Mourinho no es ni jefe ni amo, sino algo más cercano a un desastre para el Real Madrid, tanto desde el punto de vista de lo deportivo como desde la óptica de la imagen que ha proyectado su club en la última semana.
Han transcurrido ya más de 72 horas desde el pitido final del partido y las cosas se ven ahora con más frialdad en la casa blanca. El balance, ahora mismo, es muy escaso para un viaje con con tantas alforjas.
Hoy por hoy, el único activo logrado por el Real Madrid es el título de la Copa del Rey. Poco más que rascar. El mejor equipo de la historia se contenta, incluso, con celebrar los empates con el Barça en el Bernabeu, como ocurrió en el reciente choque liguero. Ahí es nada.
Mientras, a 600 km y salvo sorpresas inesperadas, su eterno rival repetirá el alirón en la liga BBVA por tercer año consecutivo y tiene la opción de ganar una nueva Champions. Este es el saldo deportivo, guste o no, de la primera temporada de José Mourinho en el Bernabeu.
Pero es que, más allá de estos resultados, lo que realmente está marcando la diferencia entre ambos clubes es la gestión de la comunicación, entendida en un sentido amplio, y encarnada por José Mourinho y Pep Guardiola, sus máximos portavoces fuera del campo. Y si en el balance deportivo no pueden tirar cohetes en el club blanco, en materia de imagen dudo que puedan estar mucho más satisfechos.
A principios de temporada escribí un artículo en ‘La Vanguardia’ titulado Guardiola 1-Mourinho 0, en el que reflexionaba sobre el impacto negativo que la actitud de Mourinho podía tener sobre la imagen del Real Madrid. No es por nada: creo que acerté bastante en el diagnóstico y el tiempo me ha acabado por dar la razón.
Ha jugado a mi favor el hecho de que, finalmente, el balance deportivo del Real Madrid ha sido más bien escaso o, al menos, peor que el del Barça. Pero al margen de ese dato, que no es baladí, la realidad es que la imagen de mal perdedor mostrada por José Mourinho el pasado miércoles da un resultado final bastante negativo.
En el encuentro del pasado miércoles, se puede discutir la actuación arbitral y cargar contra el alemán Stark. No voy a ser yo quien dé o quite razones a quienes piensan que la tarjeta roja a Pepe fue excesivo castigo en un partido de esta trascendencia, sobre todo si comparamos, por ejemplo, con la inmunidad con la que se movió la selección holandesa en la final del Mundial contra España.
Pero me he encontrado con bastantes hinchas merengues que, aún discutiendo esa decisión arbitral, estaban muy molestos con el planteamiento táctico del técnico luso y reconocían que ese no es su Madrid. Con un Barça tocado como el que llegó al Bernabeu, tras no haber puesto la puntilla en la Liga y tras perder la Copa del Rey, Mourinho volvió a plantear un partido rácano, miedoso y basado en la especulación. Nada que ver con lo que cabría esperar de un gran equipo como el Real Madrid, tal y como ya se quejó el mítico Alfredo Di Stefano tras el partido liguero.
En la rueda de prensa posterior al partido, Mourinho no entró ni siquiera a valorar el juego de su equipo y este viernes abundó en la idea de que la única razón de la derrota fue la decisión arbitral, sin asumir ninguna otra responsabilidad. Esta ha sido su estrategia comunicacional todo el año: echar balones fuera y responsabilizar al resto del mundo de las miserias propias.
Desde el principio de temporada, Mourinho optó por una estrategia basada en la bronca: bronca (en público) a sus jugadores, bronca con el Sporting (por ejemplo), bronca con Valdano, bronca con los medios de comunicación, bronca por el fichaje de un delantero…Todo parecía estar justificado para manejar el entorno en aras de lograr resultados favorables y ganar poder en el entramado blanco. El estilo chulesco, soberbio y poco o nada dado a la humildad, se puso de moda, y la escasa o nula admisión de errores se convirtió en moneda común.
Esta especial forma de entender la obligación de atender a los medios de comunicación ha tenido en este final de temporada todos los ingredientes. La fórmula Mou ha pasado en tres semanas por todos los estadios del manejo del escenario mediático, desde el plante a los medios de comunicación en la rueda de prensa previa al primer partido de la serie hasta la penosa imagen de derrotado transmitida el pasado miércoles por José Mourinho, pasando por la provocación directa al rival. Y al final, la total ausencia de responsabilidad sobre los resultados y el pobre juego desplegado, lo que ha dado pie nuevamente a dar rienda suelta a los demonios habituales en el entorno merengue.
El problema, una vez que llega el final de temporada, es que, pese a la ingente inversión realizada para tener el mejor equipo del mundo, los resultados no han acompañado al Real Madrid todo lo que cabría haber esperado y, en este contexto, los excesos verbales cometidos y ese nuevo estilo de comunicación bronco no han hecho sino aumentar el efecto altavoz del fracaso.
Los clubes de futbol tienen hoy en día una gran dependencia de la imagen, ya que buena parte de su presupuesto viene por los ingresos derivados de derechos de publicidad, patrocinios y TV. Y por ello, la buena imagen es un factor básico a la hora de valorar a un club de fútbol y sus responsables, con el presidente a la cabeza, deberían tenerlo en cuenta a la hora de tomar decisiones. Es cierto que esa buena imagen depende, básicamente, de que entre o no la pelota en el momento adecuado, porque así es el fútbol, pero no es menos cierto que desde pequeños nos enseñaron aquello de que hay que saber perder, lo que en términos modernos podría traducirse como que hay que saber gestionar las derrotas.
La marca Real Madrid quizá haya ganado algo en notoriedad gracias a Mourinho durante el último año, el “puto jefe” en la sala de prensa, por su capacidad para fabricar titulares. Pero me temo que el balance global es bastante negativo para el club, tanto en lo deportivo como en el impacto en su imagen de marca. Hoy el Real Madrid es bastante más antipático que un año atrás y eso tiene un responsable principal, José Mourinho, a quien habría que exigirle alguna responsabilidad por su negativa gestión, no sólo deportiva, sino también del entorno. Si un directivo de ACS hubiera tenido unos resultados similares en su gestión, a buen seguro que Florentino Pérez le exigiría esas responsabilidades.