Joseph Stiglitz: EEUU ya no es un país de oportunidades

A los estadounidenses les gusta pensar en su país como una tierra de oportunidades, opinión que otras personas suelen compartir en gran medida. Pero aunque es fácil pensar ejemplos de estadounidenses que subieron a la cima por sus propios medios, lo que en verdad cuenta son las estadísticas: ¿Hasta qué punto las oportunidades de las que dispondrá una persona a lo largo de su vida dependen de los ingresos y de la educación de sus padres?

En la actualidad, estas cifras muestran que el sueño americano es un mito. Hoy hay menos igualdad de oportunidades en Estados Unidos que en Europa -y de hecho, menos que en cualquier país industrial avanzado del que tengamos datos-. Quien así se expresa es el premio Nobel de Economía en 2001, Joseph Stiglitz, en un artículo publicado en Project Syndicate.

Esta es una de las razones por las que Estados Unidos tiene el nivel de desigualdad más alto de cualquiera de los países avanzados. Y la distancia que lo separa de los demás no deja de crecer. Durante la “recuperación” de 2009 y 2010, el 1% de los estadounidenses con mayores ingresos se quedó con el 93% del aumento de la renta. Otros indicadores de desigualdad -como la riqueza, la salud y la expectativa de vida-, son igual de malos o incluso peores. Hay una clara tendencia a la concentración de ingresos y riqueza en la cima social, al vaciamiento de las capas medias y a un aumento de la pobreza en el fondo.

Sería distinto si los altos ingresos de los que están arriba se debieran a que contribuyeron más a la sociedad. Pero la Gran Recesión demostró que no es así: hasta los banqueros que dejaron a la economía mundial y a sus propias empresas al borde de la ruina recibieron jugosas bonificaciones, dice el economista estadounidense en su artículo.

Si examinamos más de cerca la cima de la pirámide encontraremos allí sobreabundancia de buscadores de rentas: hay quienes obtuvieron su riqueza ejerciendo el monopolio del poder; otros son directores ejecutivos que aprovecharon deficiencias de las estructuras de gobierno corporativas para quedarse con una cuota excesiva de la ganancia de las empresas; y hay todavía otros que usaron sus conexiones políticas para sacar partido de la generosidad del Estado.

Asimismo, parte de la riqueza de los financieros proviene de la explotación de los pobres, por medio de préstamos predatorios y prácticas abusivas con el uso de tarjetas de crédito. En estos casos, los que están arriba se enriquecen directamente de los bolsillos de los que están abajo.

Añade Stiglitz que la búsqueda de rentas distorsiona la economía y que por supuesto que las fuerzas del mercado también influyen, pero los mercados dependen de la política; y en Estados Unidos, con su sistema casi corrupto de financiación de campañas y el ir y venir de personas que un día ocupan un cargo público y al otro están en una empresa privada, y viceversa, la política depende del dinero.

Pero el aumento de la desigualdad no es inevitable. Hay economías de mercado a las que les está yendo mejor, tanto en términos de crecimiento del PIB como de elevación de los niveles de vida de la mayoría de sus ciudadanos. Algunas incluso están reduciendo las desigualdades. Estados Unidos paga un alto precio por seguir yendo en la otra dirección. La desigualdad reduce el crecimiento y la eficiencia. La falta de oportunidades implica que el activo más valioso con que cuenta la economía, su gente, no se emplea a pleno rendimiento.

La Gran Recesión agravó la desigualdad, provocando recortes en gastos sociales básicos y un alto nivel de desempleo que presiona sobre los salarios a la baja. Por añadidura, tanto la Comisión de Expertos de las Naciones Unidas sobre las reformas del sistema monetario y financiero internacional, que investiga las causas de la Gran Recesión, como el FMI han advertido que la desigualdad conduce a inestabilidad económica.

Pero, lo que es más importante, la desigualdad en Estados Unidos está corroyendo sus valores y su identidad. Cuando llega a semejantes extremos, no es sorprendente que sus efectos se manifiesten en todas las decisiones públicas, desde la política monetaria a la asignación del presupuesto. Estados Unidos se ha convertido en un país que en vez de “justicia para todos” ofrece favoritismo para los ricos y justicia para los que puedan pagársela. Estados Unidos ya no puede considerarse la tierra de oportunidades que alguna vez fue. Pero no tenemos por qué resignarnos a esto: todavía no es demasiado tarde para restaurar el sueño americano termina dicendo en su artículo Sitglitz.

Felicitación Navideña