Empezó, hace unos pocos años, como un escape para los autores noveles cuyas primerizas obras se daban de bruces con la férrea disciplina editora de los grandes grupos, y no tan grandes, y con la frecuente soberbia de inaccesibles agentes y editores más pendientes de amasar ganancias que de la buena Literatura o el descubrimiento de nuevos autores. Fue vista como una moda pasajera que en poco o en nada iba a afectar a los detentadores de la cultura escrita. Pero, al cabo de los años, y merced al ímpetu de algunos avanzados, la autopublicación ha hecho recapacitar a las grandes editoriales estadounidenses. Y al parecer ha hecho furor entre las mujeres escritoras.
Incluso alguna que otra autora consagrada, como es el caso de Nyree Bellevile, una escritora que fue abandonada por su editor y que, rechazando el desánimo, optó por publicar sus nuevos y viejos libros en formato de ebook, una vez que consiguió hacerse con los derechos de estos últimos. Fue una experiencia dura al principio, reconoce, pero que le ha hecho ganar, en los últimos 18 meses, medio millón de dólares, tal como relata Jeffrey A. Trachtenberg en un interesantísimo y ameno artículo publicado en The Wall Street Journal.
Beleville, que utilizó en su singular viaje digital los seudónimos de Bella André y Lucy Kevin, autopublicó su primer libro electrónico, asumiendo los gastos de edición y publicidad, en abril de 2010. O sea, hace casi nada. Y desde entonces ha conseguido vender 265.000 ejemplares de sus obras hasta conseguir el citado medio millón de dólares con unos precios de venta oscilantes entre los 2,99 dólares y los 5,99.
La peripecia de Bellevile constituyó para muchas nuevas autoras un ejemplo y punto de partida para embarcarse en un proceso semejante, como fue el caso de Eve Yohalem que, un mes después de su primera autopublicación solo ha conseguido 100 dólares por la venta de su primer libro, después de haber soportado unos gastos de 3.400 dólares. Pero, tal como ella se encarga de aclarar, no tiene ninguna prisa.
Otra escritora de ficción, Darcie Chan consiguió mediante la autopublicación de The Mill River Recluse colocarse en el número 5 de la lista de WSJ dedicada a los bestsellers digitales. Su libro había sido previamente rechazado por varias grandes editoriales. Pero ahora, incluso un gigante como Barnes & Nobles le ha prestado la atención que antes le negó.
El éxito de los noveles que autopublican sus libros es tal que la grande por antonomasia, Amazon, ofrece a los autores el 70% de los ingresos por la venta de libros digitales. Los editores tradicionales suelen ofrecer a los autores el 25% de las ventas de ebooks. En España lo habitual para los autores del libro en papel ronda el 10%. El éxito en EEUU parece asegurado. El número de libros digitales autopublicados ascendió un 160% el año pasado con 133.036 títulos editados.
Otro autor prácticamente desconocido, Derek J. Canyon –seudónimo de Erik Kjerland-, se ha autopublicado cuatro novelas y ha conseguido, de momento, un beneficio de 5.000 dólares. Evidentemente no es mucho y no le posibilita abandonar su profesión de escritor de temas técnicos. Pero por algo se empieza.
La diferencia entre la publicación digital y la clásica es evidente, mientras la primera permanece en el mercado por tiempo indefinido los libros clásicos abandonan las estanterías en un plazo no superior a los seis meses. Como dice Yohalem la gran diferencia reside en el ciclo de ventas. Es tal el éxito de la autopublicación en Estados Unidos que los grandes distribuidores, tipo Barnes &Nobles o Amazon, han decidido acogerles en su seno o, al menos, intentarlo
Son los mismos autores quienes se encargan de publicitar sus obras recurriendo a las amistades, a las redes sociales como Facebook y “esto no ha hecho más que empezar”, como matiza la misma Yohalem en el artículo de WSJ.